A un mes de los terremotos
Quisiera apertar un botón, bajar un interruptor, tomar una pócima mágica como Alicia, dormir un rato y despertar como nueva. Que ya nada me importe, que Dante me de exactamente lo mismo, que me resbale todo lo que hace o deja de hacer.
Sería un país de maravillas.
Creo que tengo derecho a darme ciertas licencias sólo porque sí. Sólo porque sentirme rechazada me hace pésimo. Porque me da bronca, porque no quiero quedar paralizada, ni lesionada, ni mucho menos resentida.
Debería ser más fácil ponerse de pie, no mirar más hacia atrás, no pasarse más rollos.
Quiero saberlo todo y a la vez no quiero saber nada. Es un rato amargo, odioso, cansador, patético. Y por qué demonios uno va y se expone así. Bah, porque si no la vida no tiene sentido. Porque en realidad no sé vivir de otra manera. Me la llevo en eso.
A ratos siento que está todo bien, que todo lo que ha pasado es lo mejor que podría haber pasado. Pero luego luego viene la sensación de abandono, de rechazo y la tremenda verdad: que uno siempre está sola. Que lo único que realmente permanece conmigo soy yo. Mi familia está ahí, pero también podría no estar. Lo mismo mis amigos, mi trabajo, mi casa. Mi ciudad… Se la puede llevar el mar. Esto de que la tierra se mueva es una cachetada de realidad, la naturaleza es impermanente, nada, nada, nada tiene una sustancia fija. Ni el piso que nos sostiene.
Está ese plano “misti-cósmico” y el más práctico. Que también me da bronca y me cuesta aceptar. Por ejemplo, Dante y sus amigos. O la Stephi y sus amigos, que vendría a ser exactamente lo mismo (chan). Estos días he pensado que en realidad me da lata que nadie me haya llamado, o escrito un mail medio loco, o un post solidario. Nada. Ni uno de ellos se atrevió a expresar algo. Es evidente, sus lealtades están de la otra orilla. Lógico. Pero igual es triste. Gente que me caía bien, con la que me reí y compartí muchísimas veces… Obvio que no tiene por qué importarles, nadie me “debe” absolutamente nada. Pero insisto, no deja de ser triste. Creo que no me había dado cuenta que nunca fueron mis amigos, por más que yo me haya sentido “parte de” era también porque era la “polola de” y antes la “amiga de”. Por ahí va una parte del duelo, el darse cuenta de esa serie de detalles. De esos detalles excluyentes, tan cotidianos.
Estoy agotada de esa sensación. De esa voz que repite a cada rato: Tú ya no. Ante sí, ahora no.